
Por Elio Ortega Icaza
En la Roma imperial, panem et circenses —pan y circo, era la fórmula para distraer al pueblo: comida gratuita y espectáculos masivos.
Dos milenios después, la estrategia persiste. En la democracia ecuatoriana actual, el “pan y circo” se presenta como promesas de subsidios sin respaldo, shows mediáticos y obras relámpago que buscan aplauso rápido, mientras la corrupción, la inseguridad y la desigualdad continúan sin solución real.
La Constitución de la República del Ecuador, en su artículo 1, declara al país como un Estado constitucional de derechos y justicia, donde la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce de manera directa o a través de sus representantes.
El artículo 95 consagra la participación ciudadana como un derecho y un deber, indispensable para la vida democrática. Este mandato no reduce a los ciudadanos a simples espectadores, sino que los convoca a deliberar, fiscalizar y cogobernar.
La política del “pan y circo”, en cambio, posterga la participación crítica y reemplaza la corresponsabilidad social por gratificación inmediata. El artículo 23 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José) y el artículo 25 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos ratifican el derecho de toda persona a intervenir de manera efectiva en la conducción de los asuntos públicos.
En la misma línea, la doctrina nacional, como señala Ramiro Ávila Santamaría, recuerda que la democracia no se agota en las urnas: exige control ciudadano permanente, transparencia y responsabilidad estatal.
El ilusionismo del “pan y circo” debilita las instituciones, erosiona la rendición de cuentas y adormece el pensamiento crítico.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, en su Opinión Consultiva OC-28/21, enfatiza que la calidad de la democracia depende de una ciudadanía informada y vigilante.
La tarea urgente es romper con la comodidad de la distracción. Solo un pueblo que exija debate, políticas públicas sostenibles y respeto a los derechos humanos podrá evitar que la democracia se transforme en un espectáculo vacío.
La verdadera fiesta democrática se celebra en la participación consciente y cotidiana; solo así el pueblo dejará de contentarse con pan y circo para reclamar justicia y dignidad.
¡Y el tiempo sigue su marcha…! (O)
