Desde el domingo 14 de agosto en Guayaquil, Durán y Samborondón rige un estado de excepción, que estará vigente hasta mediados de octubre. La decisión del presidente Guillermo Lasso, busca frenar el crimen organizado que sin precedente alguno arrecia con una vesania insospechada en todo el país Los índices son determinantes, a falta de más de 100 días para que termine el 2022 las muertes violentas bordean las 1.100 en el mismo distrito en donde rige el estado de excepción. En sí, el decreto no ha servido de mucho porque ni robos, ni asesinatos han amainado ante la presencia policial y militar.
El centro de la violencia en Ecuador está concentrado en Guayaquil, la urbe porteña se convirtió en corredor para el envío de droga al exterior. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), en su Reporte Mundial de Drogas de 2022, ubicó a Ecuador en el tercer lugar con más incautaciones y considera al país como un punto clave de la ruta de distribución ilegal.
El panorama delincuencial es tal que, a más de los crímenes, la ola de asaltos se duplicó y apareció una nueva forma de delinquir y que acecha a los propietarios de pequeños comercios que ahora deben pagar a las mafias “vacunas extorsivas” mensuales para poder funcionar sin miedo a un ataque. Mientras los guayaquileños han modificado sus rutinas para no exponerse a más riesgos. Muchos habitantes evitan visitar locales comerciales y restaurantes ante la alta posibilidad de ser víctimas de la delincuencia.
En las calles la ciudadanía se siente desprotegida. Lo ocurrido en Quito, donde una abogada desapareció dentro de una escuela de policía, dejó en mal predicamento el nombre de la institución del orden. Si ellos son los llamados a precautelar el bienestar de los ecuatorianos y se involucran en casos como estos, en quién podremos confiar. La pregunta es difícil de responder. Porque si miramos a los políticos el panorama se torna mucho más sombrío. Al parecer el “Lasso” para desatar las soluciones terminó hecho nudo. El gobierno del encuentro logró que se encuentren la pobreza, el desempleo y la injusticia. Y el estado de excepción trajo más decepción. Ya es hora de que el presidente hable sin ambages y presente soluciones sólidas. (O)