
Por Elio Ortega Icaza
El Ecuador de hoy parece debatirse entre dos fuerzas opuestas: la oscuridad de la violencia y la luz de un país que aún sueña con su propia reconstrucción.
Las cifras de asesinatos, sicariatos, extorsiones, conocidas como el pago de “vacunas”, y las muertes en cárceles y calles, nos recuerdan cada día que la inseguridad ya no es un problema ajeno, sino una amenaza constante.
Adolescentes reclutados por bandas, familias aterradas ante los robos y ataques sorpresivos, territorios disputados a sangre y fuego: esta es la realidad que estremece a un Ecuador que alguna vez se pensó en paz.
¿Hasta cuándo, nos preguntamos, debe la ciudadanía soportar semejante tormenta? La violencia no distingue barrios ni clases sociales; su eco retumba tanto en la gran ciudad como en el rincón más apartado.
Nadie se siente a salvo. Pero no podemos quedarnos en la mera indignación. La pregunta inevitable es: ¿qué hacen y qué deben hacer las autoridades competentes?
El Estado no puede limitarse a medidas reactivas; urge una política integral que vaya desde la seguridad en las calles hasta la recuperación del tejido social, la reinserción de jóvenes en riesgo y la desarticulación real de las redes criminales.
Desde esta tribuna del pensamiento y la justicia, hago un llamado respetuoso a las autoridades competentes para que asuman su responsabilidad con decisión y transparencia; y si no están en la suficiente capacidad, den un paso al costado y permitan que otra persona asuma responsablemente su rol.
Sin embargo, el destino del nuevo Ecuador, no se define solo en los despachos del gobierno. También depende de cada ciudadano: de nuestra capacidad para exigir con firmeza, participar en las soluciones y fortalecer la convivencia.
La esperanza se cultiva cuando la sociedad entera se compromete, cuando la educación, la justicia y la solidaridad se convierten en murallas frente al miedo.
Soñamos con un Ecuador que, tras la noche de la violencia, amanezca con justicia y equidad. No es una utopía: es un desafío que requiere liderazgo, valentía y unión. El nuevo Ecuador que esperamos será aquel que, pese a la oscuridad, elija siempre la luz.
¡Y el tiempo sigue su marcha…! (O)
