
Por Abg. Elio Roberto Ortega Icaza.
En muchas familias ecuatorianas, la historia se repite con dolorosa frecuencia: una mujer queda embarazada, el padre biológico desaparece y, solo cuando han pasado años de silencio, reaparece para reclamar un lugar en la vida del hijo que nunca sostuvo.
Esta realidad, conocida popularmente como “Síndrome de Sofía” por la película que la popularizó, refleja una problemática que no puede reducirse a un simple argumento de ficción.
Cada niño o niña que crece sin el acompañamiento de uno de sus progenitores enfrenta no solo carencias materiales, sino también heridas emocionales profundas que marcan su identidad y autoestima.
Por eso, la sociedad en su conjunto debe mirarse en este espejo y preguntarse: ¿estamos asumiendo la verdadera dimensión de la paternidad y la maternidad?
El marco normativo ecuatoriano es contundente. La Constitución de la República, en su artículo 44, consagra el interés superior de los niños, niñas y adolescentes como principio rector de toda decisión pública y privada.
El Código de la Niñez y Adolescencia, en sus artículos 4 y 5, exige garantizar su desarrollo integral, y en los artículos 129 al 147 reconoce su derecho irrenunciable a percibir alimentos, incluso de manera retroactiva.
A nivel internacional, la Convención sobre los Derechos del Niño (arts. 7, 9 y 18), el Pacto de San José y la Declaración Universal de los Derechos Humanos refuerzan el deber de los Estados de proteger la infancia y asegurar la corresponsabilidad de ambos padres.
Tanto la Corte Constitucional como la Corte Nacional de Justicia han reiterado en sus fallos que la paternidad y la maternidad son responsabilidades permanentes, no meros privilegios que se ejerzan a conveniencia.
El abandono no se borra con una visita tardía ni con promesas repentinas. Ser padre o madre implica amor, constancia y compromiso diario. Como sociedad, urge fomentar la paternidad responsable, respaldar a las madres que han debido criar solas y exigir el cumplimiento de los deberes parentales.
Solo así podremos garantizar que la niñez ecuatoriana crezca protegida, respetada y libre de las cicatrices que deja la ausencia.
¡Y el tiempo sigue su marcha…! (O)
