
Por Elio Roberto Ortega Icaza
En el Ecuador actual, donde los conflictos sociales, familiares y económicos se multiplican y la justicia ordinaria se encuentra saturada, la mediación se consolida como una alternativa legítima y necesaria para resolver controversias sin recurrir al enfrentamiento.
No es una concesión ni una justicia de menor categoría, sino un mecanismo constitucional que dignifica el diálogo y fortalece la paz social.
La Constitución de la República, en su artículo 190, reconoce la mediación como un método alternativo de solución de conflictos en materias transigibles, siempre bajo el principio de legalidad. Este reconocimiento convierte a la mediación en una herramienta clave para promover la convivencia y reducir la litigiosidad.
El Código Orgánico General de Procesos (COGEP) desarrolla este mandato y faculta a los jueces a derivar causas a mediación, privilegiando acuerdos voluntarios frente a decisiones impuestas.
La mediación se sustenta en principios esenciales: voluntariedad, confidencialidad, imparcialidad y buena fe. El mediador actúa como un facilitador neutral del diálogo, ayudando a las partes a identificar intereses comunes y construir soluciones realistas. A diferencia del juicio, aquí no se busca ganar, sino resolver. El acuerdo alcanzado, una vez suscrito, tiene fuerza de sentencia y produce efecto de cosa juzgada.
Este mecanismo -de la mediación- resulta especialmente valioso en materias de familia, donde el conflicto impacta directamente en niños, niñas y adolescentes.
Temas como alimentos, tenencia, visitas o divorcios de mutuo acuerdo encuentran en la mediación un espacio más humano y responsable. Asimismo, es aplicable en ámbitos civil, laboral, mercantil, de consumo, tránsito sin fallecidos y, bajo ciertos requisitos, en contratación pública.
Más allá de su eficacia procesal —rapidez, economía y flexibilidad—, la mediación cumple una función social trascendental: preserva relaciones, reduce tensiones y promueve una cultura de paz.
En tiempos donde la confrontación parece normalizarse, optar por el diálogo es un acto de madurez democrática. La mediación nos recuerda que la justicia no siempre nace del conflicto; muchas veces surge del entendimiento. Resolver sin confrontar es también una forma de hacer justicia. (O)
