Monseñor Jacinto Vera, «padre y patriarca» de la Iglesia de Uruguay, será beato

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MONTEVIDEO, Uruguay

Ni un gol de Luis Suárez o Federico Valverde en el Mundial de Qatar -si hubiera sucedido- se compara con la alegría que vive por estas horas la Iglesia que peregrina en Uruguay. Y no es para menos. Es que luego de varios años de espera (algo que se intensificó de manera especial en las últimas semanas), finalmente se hizo oficial la beatificación de su primer obispo, monseñor Jacinto Vera.

Monseñor Alberto Sanguinetti Montero, obispo emérito de Canelones, quien fuera vicepostulador de la causa de canonización de Jacinto Vera y redactor de la Positio sobre su fama de santidad, virtudes y signos, expresó lo siguiente en diálogo con Aleteia:

«Para la Iglesia en Uruguay es un acontecimiento muy importante, en primer lugar, por la extensión del conocimiento de Jacinto Vera porque recorrió todo el país más de tres veces. Por todos lados hay signos de su presencia, hay cruces levantadas, actas de visitas. Y por supuesto, muchas historias y anécdotas. Tiene una veneración muy generalizada, lo cual ha hecho perdurar la causa. Aún en este país tan laicizado por todas partes hay signos de su presencia. Permanece vivo».

Nacimiento durante el viaje a América

Jacinto Vera nació en las costas del Brasil (Santa Catalina) en el año 1813 durante el viaje que su familia -proveniente de Islas Canarias- emprendió a tierras americanas. Fue bautizado en la localidad brasileña de Florianópolis durante una pausa del barco.

Una vez en tierra firme, en lo que actualmente es Uruguay, su familia se radicó en una localidad del actual departamento de Maldonado (campo del Abra del Mallorquín, Laguna del Sauce).

Desde ahí su familia emprendió viaje a Toledo (actual Canelones), departamento que lo tuvo como párroco (Villa Guadalupe) antes de ser nombrado vicario apostólico del Uruguay (asumió el 14 de diciembre de 1859).

Con respecto a ese vínculo, el obispo actual de Canelones, monseñor Heriberto Bodeant, recordó a Aleteia que la vida de Jacinto Vera tiene mucha relación con este departamento limítrofe con la capital de Uruguay, Montevideo.

«No en vano una familia proveniente de las Islas Canarias como los Vera, vino a dar a esta otra tierra «canaria». La familia vivió varios años en Toledo. Jacinto Vera fue párroco de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, hoy Catedral de Canelones», subrayó Bodeant.

«En la Catedral de Canelones hay reliquias suyas: parte de sus vísceras. Esto es porque en el tiempo en que él falleció, para embalsamar un cuerpo se lo vaciaba. Su corazón está en la parroquia del Cordón en Montevideo y su tumba en la Catedral Metropolitana», continuó Bodeant.

«La beatificación nos permite confiar de una manera especial en que el gran pastor que fue Jacinto Vera interceda eficazmente por la Iglesia que peregrina en Uruguay para que sigamos caminando juntos, en creciente fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio», prosiguió.

«Gaucho y misionero»

Pero la vida de Jacinto merece ser contada y recordada. En ese sentido, además de ser el primer obispo que tuvo Montevideo (fue consagrado con el título de Megara el 16 de julio de 1865), por ende, Uruguay, se trató de un hombre que recorrió todos los rincones del país, siendo un cura «gaucho y misionero» (al mejor estilo Brochero en Argentina).

Lo hizo a través de tres giras en diversos años y meses. Durante las mismas, además de dejar una cruz como marca indeleble, se ponía en contacto con las personas del medio rural, compartía su día a día, impartía los sacramentos y brindaba consejos.

Un hombre que ha venciendo todos los obstáculos geográficos y de comunicación de la época, de caminatas infatigables y sublimes anécdotas.

Seminario nacional

Gracias a Jacinto, «el catolicismo en Uruguay se organizó, se renovó y consolidó» (Desde La Matriz. 400 años de presencia y servicio de la Iglesia en el Uruguay). Y el desafío no era menor, pues sobre sus espaldas cargaba un lugar con un clero pobre y desorganizado (también era notoria la preocupación de Vera por los abandonados feligreses de la campaña).

Debido a todo esto era necesario que alguien abandonara las comodidades. Y que se montara a un caballo y comenzara a recorrer los curatos abandonados en el territorio nacional.

«Un momento impresionante. Una gran bendición»

Durante el tiempo de Vera fue posible la creación de un seminario nacional para la formación de sacerdotes (también fue impulsor de los ejercicios espirituales del clero). Esto además de un ímpetu evangelizador con la fundación de escuelas, periódicos, instituciones, además de la llegada de nuevas familias religiosas a estas tierras (capuchinos, salesianos, betharramitas, entre otros).

«Don Jacinto es ejemplo de la evangelización nueva a la cual invitaba Juan Pablo II en 1983: en su ardor, en sus métodos, y en sus expresiones. Nuestro Primer Obispo fue un experto en desarrollar estrategias creativas a la hora de evangelizar. Y a esta tarea se entregó sin medir esfuerzos. Bajo su conducción, la Iglesia Católica en el Uruguay se formó, creció y se proyectó hasta nuestros días», afirma la escritora Laura Álvarez Goyoaga, autora del libro «Don Jacinto Vera, el misionero santo», en una conferencia dictada en Roma sobre Jacinto Vera en septiembre de 2012.

Fue la propia Álvarez Goyoaga quien también se atrevió a decir a Aleteia que todo esto representa «un momento impresionante» para Uruguay, «una gran bendición».

Jacinto Vera murió misionando en la localidad de Pan de Azúcar (Maldonado) el 6 de mayo de 1881. El papa Francisco lo declaró siervo de Dios en el 2015. (I)

Con información de https://es.aleteia.org/2022/12/17/

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Post Author: David Jaramillo

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